El fin de año en Mosteiros es similar a los fines de año de casi todos los países. Reunión y cenas familiares, salidas a bailar después, cotillón en bares de la localidad…
Mi fin de año tuvo dos partes bien distintas. Organizamos una merienda cena en el Gira Lua para los niños más necesitados del barrio. Reunimos a los niños que ya ayudamos al jardín, sus hermanos y algunos más que ya están en la escuela. Reunimos a 16 niñas y niños que llegaron «puntuales» (cosa rara en Cabo Verde), menos cuatro que viven un poco más lejos. Eso sí, los padres nos los mandaron con las mejores ropas disponibles.
En muchos de ellos se podía comprobar una mezcla de nerviosismo e ilusión. Bastaba con mirarles para comprobar que la novedad se dibujaba en sus caras. Resaltó la formalidad, todos sentaditos esperando sus bebidas, que bebieron rápidamente y en cantidad, mientras comían unos entrantes típicos caboverdianos y antes de que llegara el plato principal.
Curiosamente, desecharon la Coca-Cola y se bebieron con fruición las bebidas de naranja y la de morango. Cuando llegó el plato fuerte, que consistió en una hamburguesa completa, empezaron a comerla, cada uno en la medida de sus posibilidades. La más pequeña se sentó en el suelo, pues no era capaz de mantener el plato en sus rodillas y comer la hamburguesa a la vez.
Todo acompañado de buena música caboverdiana, que ponía ritmo en el cuerpo de muchos de ellos.
A medida que avanzaba la merienda vi cómo envolvían la hamburguesa en servilletas para llevársela a casa. Unos, para comerla más tranquilos; otros, para compartir con sus hermanos (cosa muy habitual, que ya he visto con frecuencia) y hasta una niña nos pidió permiso para llevarle parte a su padre. Si leísteis la entrada anterior, era la hija del padre que todos cuidaron en la fiesta de Navidad.
Después de un poco de baile, que no puede faltar en ninguna fiesta caboverdiana, les entregamos una bolsita con chuches y todos salieron corriendo para sus casas, no sin antes repartirse los globos que adornaron el acto.
Fue un momento muy emotivo, ver esas caritas compensa muchas cosas: su felicidad se convierte en tu felicidad.
Un recuerdo para todos los que ayudan desde España. Djuly, Pedro y yo somos los ejecutoresy los que disfrutamos de los niños, pero sin su ayuda no podríamos hacer estas cosas que tanto nos reconfortan.
Después nos quedamos en «familia» para cenar tranquilitos. Celebramos las uvas de la Península, las de Canarias y no fuimos capaces de llegar a las de Cabo Verde. Nos fuimos a la cama media hora antes… otro año intentaremos llegar también a las campanadas de Cabo Verde.
El primer día del año tiene unas costumbres curiosas. Hay una que consiste en juntarse familias y amigos, preparar una comida, alquilar una Hiace y dar la vuelta a la isla, con parada incluida para comer y echarse unos bailes. Otra es simplemente que la familia sale al campo, a algún lugar significativo y pasan el día comiendo y, cómo no, bailando. Hay una tercera, que es la que yo pude ver, que consiste en que las mujeres, principalmente, con sus niños y todos vestidos de fiesta, suben al Gira Lua (la gran terraza que tiene es pública) y se toman alguna bebida o chuche.
Resumiendo, como os dije en la anterior entrada, unas Navidades distintas pero muy reconfortantes, que te cargan las pilas para el resto del año. Ya estamos haciendo planes sobre qué preparar las próximas Navidades.
Aparte del tema, os voy a contar una anécdota de cómo son los niños de Pai Antonio. Yo me he empeñado, será por mi deformación profesional, en que un niño mejore en la escuela, pues este año en el cole va un poco «complicado», palabras propias del niño.
Le prometí un buen regalo con la condición de mejorar las notas. Para que viera que era verdad, se lo dí antes de las próximas notas, para que así comprobara que yo cumplía y que, por tanto, él tenía que cumplir.
Como estábamos en la fiesta le dije que el regalo se lo daba mañana (día 1) para que los demás niños no vieran que era especial. Sus palabras fueron: «mañana no puedo, tengo que ir al campo, ¿no puede ser ahora?» (tiene 11 años).
Hoy a las siete le he visto a él y a sus hermanos salir montaña arriba para hacer las labores del campo. Su padre, por la tarde, vino a agradecerme el «presente». Me alegra que se haya convertido en un regalo para toda la familia.