16. Dos experiencias muy caboverdianas

La semana pasada asistí a dos acontecimientos que, aunque no muy relevantes, sí despertaron en mí una cierta curiosidad.

El primer acontecimiento fue asistir al cumpleaños (aniversario en kriolo) de la hija de Mia, que es la mujer que limpia mi casa. Yo era un poco reticente a ir y me encontraba en una encrucijada: por un lado, el no hablar kriolo y no conocer a la gente, pensaba que me iba a encontrar un poco fuera de lugar y, por otro lado, me parecía hacer un feo no asistir cuando te invitan insistentemente, te cuentan todo lo que van a preparar y sientes que Mia va a estar feliz porque la gente va a conocer a la persona para la que trabaja. Lógicamente, pudo más el lado que me pedía asistir.

La hora fijada eran las 6,30 de la tarde. Pensando en que la hora caboverdiana, ya os he comentado alguna vez que no tiene nada que ver con la del reloj, me presenté una hora más tarde, pensando que la cosa ya estaría avanzada y se notaría menos mi presencia, pues no me apetecía mucho convertirme en el centro de la reunión. Todo falsa ilusión. Aquello estaba lleno de niños (el mundo no se acabará porque los blancos no aumenten por que los “otros” ya se encargan de que el mundo no se acabe. —Comentario sin ningún tipo de connotación) y la cosa bastante atrasada, solo había sobre una gran mesa dos grandes tartas (bolo, en kriolo) muy bien decoradas. Una con una princesa y la otra con el coche de Cars.

Me explicaron que se habían juntado los cumpleaños de la niña y su primo a fin de ahorrar costes. Eso me explicaba la gran cantidad de niños que había. Niños, por un lado, “gritones” (en Cabo Verde grita casi todo el mundo) pero, por otro, disciplinados. Iban entrando y saliendo a la espera de que todo empezara. Veían las tartas y salían. Sólo uno osó posar su dedo levemente sobre uno de los bolos y todos se le echaron encima. A mí me sentaron en una de las pocas sillas que había y me trajeron mis cervezas fresquitas.

A eso de las ocho, empezaron a colocar todos los utensilios necesarios de forma “artística” y a traer las viandas: fatayas (empanadillas pequeñas de pescado), pizza (aquí son muy aficionados), muchas palomitas y bolos más modestos (normales, sin cobertura). Bebidas en abundancia. Se preparó un entrante consistente, como primer plato de la cena: unas gachas-sopas, muy sabrosa, aunque no puedo decir de qué eran. Se empezaron a repartir platos de sopa a los niños que, disciplinadamente, se sentaban en el suelo, alrededor de la habitación, a comer su sopa. Una vez terminada la sopa, se da comienzo al bufet preparado en la mesa, pero no sin antes los dos celebrantes (intentaron que dijeran una palabras pero fue imposible) subidos en sendas sillas recibieran el canto del “parabens” y partieran el bolo.

Una vez terminada la ceremonia de apertura se da el pistoletazo de salida. Los niños, siempre disciplinados, esperan a que las madres les den su plato con un surtido de lo que hay preparado sobre la mesa y su correspondiente vaso de bebida. Aquello desaparece en “dos” minutos y se termina con el reparto del bolo de aniversario. Los niños desaparecen como por encanto y la fiesta se da por concluida.

Me la pasé muy bien observando a los niños. Comprobando que en todos los sitios son más o menos iguales. Me harté de saludar y dar la mano a todos los mayores. Afortunadamente, no me sentí ni observado ni el centro de la fiesta, que fue muy de agradecer.

El otro acontecimiento fue asistir a una reunión de padres, monitoras y representante de la Cámara de Mosterios (Ayuntamiento) en el Jardím de infancia. En esta ocasión “casi” coincidió la hora en que nos habían citado con la hora de comienzo. Lo cual fue un alivio pues, al llegar solo y ya haber gente sentada, sí me sentí el centro de las miradas. Vi cierta sorpresa en algunos padres pues Djuly sí es conocida en el barrio, pero yo no.

Lógicamente, se habló en kriolo y, aunque Djuly me iba traduciendo lo importante, no me enteré de mucho, sobre todo cuando la representante de la Cámara nos soltó un discurso de una media hora sobre la importancia de la educación. Durante ese tiempo, dejé volar mi imaginación a los tiempos que ejercí de maestro y empecé a pensar en cosas con las que ayudar.

Como en toda reunión, los padres hicieron varias sugerencias, como poner un “cura muerto” al final de la calle que une la del Jardím con la calle principal, pues los coches pasan a mucha velocidad. Otra sugerencia fue hacer unas grandes jardineras alrededor del muro para poder suprimir unos parterres que hay en el centro del patio de juego. Un padre, que es carpintero, se comprometió a arreglar las mesas y sillas que estén en mal estado. Yo estoy pensando que voy a buscar financiación para pintar tanto las mesas como las sillas de colores, pues se ven viejas y oscuras, tristes para los niños.

Llegó el momento en el que se te suben los colores. Una de las monitoras hablo de Djuly y de mí mismo como padrinos del Jardím. Que íbamos a aportar dinero para pagar a los niños que no pueden asistir al Jardím por falta de recursos. Dijimos que entre Djuly, Pedro, el Gira Lúa, mi familia y amigos nos podíamos hacer cargo de 8-9 niños aparte de aportar bastante material escolar que mi familia había recopilado. Nos dieron un aplauso que terminó por hacer subirme los colores.

Djuly hizo dos apreciaciones. La primera, que no se subvencionaban niños que sus padres no fueran responsables de la asistencia de sus hijos a la escuela, ni a los niños que sus padres bebiesen (el grog es un gran problema) y, la segunda, que los niños cumpliesen sus ocho horas de Jardím, para que los niños no pululen por el barrio en horario escolar mientras los padres trabajan.

Se fijaron las cuotas anuales (3.500 escv. Unos 35 euros) que se pueden pagar de una vez, a plazos y con trueque por alimentos. El tema de los alimentos es complicado, pues la Cámara debe garantizar una comida diaria a los niños pero, prácticamente, no aporta nada. Casi todo depende del reparto de una ayuda internacional que este año todavía no ha llegado. En conversación privada, Djuly y yo acordamos que si sobran niños necesitados, el dinero que nos sobre lo emplearemos en aportar comida y subir la calidad de las comidas. De hecho, a esa reunión llevó una caja de 10 kilos de pollo, yo un saco de cinco kilos de arroz y 24 libretas rayadas, que el Jardím no tenía dinero para comprarlas.

Ya han empezado a adjudicarnos niños (sólo dos. Esto va a ritmo caboverdiano. NO ESTRES).

Todavía no sabemos la cantidad total, pues este año han salido para la escuela bastantes niños que el año pasado estaban apadrinados. De todas formas, si alguien quiere seguir colaborando con aportaciones para comidas, material escolar y otras necesidades, estamos abiertos y muy agradecidos. Si nos faltase ayuda para niños ya os lo comunicaría por si alguien quiere apadrinar a algún niño. Muchas gracias a todos los que ya colaboráis y animaros los que queráis empezar (en la publicación nº 12 tenéis cómo aportar y ponerse en contacto conmigo). A los que colaborasteis en la reforma del Jardim deciros que se acordó cerrarlo dos días para terminar de pintarlo, que es lo único que falta.

Material escolar donado
Material escolar donado

En fin, ya os he contado dos bonitas experiencias muy auténticas y muy caboverdianas. Espero no haberos aburrido mucho pero, a mí, sobre todo, lo del Jardím me ilusiona mucho. Vamos a intentar que el Jardím de Pai Antonio deje de tener la fama de pobre.

Plural: 3 Comentarios

  1. PILAR CIRUJANO MARIN dice:

    Rafa sigue contando!!!!! vamos a ayudar entre todos en lo que podamos para que los niños tengan lo que necesitan y que ninguno se sienta discriminado por nada.

  2. PAZ dice:

    Espero que nos vayas contando más cosas sobre el Jardim, ¡tus relatos no cansan Rafa!

  3. Mar dice:

    Pues dos temas muy interesantes , las fiestas cumpleaños son algo que siempre me interesa de cada lugar que voy , y el Jardim me entusiasma seguirlo de cerca ! Gracias por compartirlo !!!!

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