Este escrito lo preparé el mes pasado para publicarlo este. Ante los niños enjaulados, los migrantes en barcos a la deriva, ante «los nuestros primero», creo que adquiere más valor lo que os cuento, un poco desordenado, más adelante.
Lo que os participo en este escrito lo he ido salpicando a través de los distintos escritos que llevo publicados pero, el otro día, en un rato de insomnio, cada vez más frecuentes —se nota que me voy haciendo viejo—, me puse a pensar en mi situación, pues está próximo a cumplirse el año de estancia en Cabo Verde, y se mezclan las emociones vividas, los buenos ratos que llevo pasados, la cantidad de momentos para disfrutar tranquilamente el paso de los días, la buena gente que estoy conociendo y empiezo a disfrutar…
El llevar ya casi un año me da perspectiva para valorar la decisión tomada y sus resultados.
En primer lugar, se han caído muchos prejuicios que tú mismo montas en tu cabeza antes de venir: la sanidad, la gente, la adaptación… A pesar de que, gracias a internet (y a mi amigo Pedro), ya venía con una serie de conocimientos. Pero hasta que no te topas con la realidad no sabes en verdad lo que te vas a encontrar. Pues os puedo decir que esos tabús se han caído todos para bien.

En segundo lugar, es curioso cómo, poco a poco, te vas adaptando, de forma camaleónica, casi sin darte cuenta, al sitio, la gente y las costumbres de donde vives. Digo esto porque, con el paso del tiempo, dejas de echar en falta cosas que antes pensabas que no podías prescindir de ellas. Vas acomodando tus usos y costumbres a lo que ves y tienes. Si tienes que prescindir de ciertas cosas, cada vez lo haces más fácilmente. Es curioso la capacidad para amoldarse. Parece que lo que haces ahora lo llevas haciendo toda la vida.
Quizá todo esto tenga un poco de trampa. Si no tienes, no buscas y no deseas. Nunca sabes si es por adaptación o por que no tienes más remedio. De todas formas, es tan simple como «no tengo, no deseo» y así, no me como la cabeza, «no me chateo kabeza» que dicen aquí. Poco a poco, casi sin darte cuenta, te vas despojando de las cosas y te vas ajustando a lo que está dentro de tus posibilidades.
Te das cuenta de que, aún pudiendo, en cierto sentido, no te apetece seguir el ritmo que tenías antes, que prefieres acomodarte al ritmo lento y abandonar el ritmo anterior. Que, poco a poco, por mimetismo, vas reduciendo tus prisas, tus gustos, tus usos y costumbres y dejas de echar en falta cosas que antes creías imprescindibles. Esto no quiere decir que no eches de menos a ciertas personas y a algunas cosas.
Empiezas a apreciar ciertos gestos de la gente que te rodea, los ves «limpios», sin interés alguno. Un saludo es un saludo, no un cumplido. Cuando ya has entablado una relación más cercana, te llena cuando esa persona te invita a chocar el puño y se lo acerca a su corazón.
Aprecias esa ayuda desinteresada porque tú «eres de fuera» e igual no conoces.
También empiezas a apreciar sus esfuerzos, cómo son capaces de sacar de la nada, cómo estiran lo poco que tienen. Cómo, dentro de su humildad, te ofrecen un café y «lo que sea». Cómo son capaces de invitarte a una «cachupa» por que es la comida de todos y nadie es extraño, aunque no te conocen de nada, pero pasabas por allí…
Disfrutas una cerveza con ellos. Si les invitas a un «grog» se sienten un poco en deuda contigo y alucinas cómo van a su casa a por un caboquiño para cantarte, porque está a gusto con su «nuevo amigo». Amistad que proclaman a todos los que se acercan. Te dicen «este es mi amigo, sé dónde vive» y seguro que no me he cruzado más de dos veces con él, pero hemos intercambiado saludos y «bom día».
Empiezas a interesarte por sus costumbres, sus aficiones, su música… Cada vez sientes más que eso pasa a ser tuyo, para tu uso y disfrute. Comes lo que ellos comen, vas al fútbol, a sus espectáculos, a escuchar su música, participas en sus fiestas. Cosas que a ellos les gustan, ven con agrado que te vayas integrando.
Intentas demostrarles que lo suyo te interesa y te gusta, que disfrutas con ello. Ellos aprecian que ya hablas algo de su idioma, que ellos mismos reconocen su dificultad, y así puedes comunicarte. Cosa que también te ayuda a integrarte.
Os contaría más cosas pero estas pinceladas creo que os dan una idea de cómo, a poco, voy adquiriendo los hábitos de donde vivo, que estoy feliz, que con el paso del tiempo creo llegaré a un grado de integración cuasi perfecto.
Todo esto te va dando la sensación de no haberte equivocado, que has caído, por suerte, en el sitio adecuado. Poco a poco, te vas desprendiendo de ciertos «vicios» que traías y que habías adquirido en la otra vida, por que realmente esto es otra vida en muchos sentidos.
Aprendes a acomodarte, eso tan simple que solemos decir: «esto es lo que hay», lo vas haciendo cada vez con más facilidad y agrado, hasta el punto que parece lo has hecho toda la vida. Te vas desprendiendo de deseos, ambiciones, complicaciones… para acceder a otro nivel de ritmo y simplicidad. Al principio el «no estrés» te «cabrea» y desespera, ahora no sólo no te molesta si no que lo entiendes y lo empiezas a practicar.
Cuando nos juntamos Pedro y yo hablamos de «estrés» para autojustificar lo bien que estamos, para acallar la conciencia. Ja,ja,ja
En este proceso de integración llegas a aceptar cosas que te han incomodado toda la vida como por ejemplo La puntualidad. No es una «palabra» caboverdiana, aquí se queda a «mais o menos». Incluso en actos oficiales y actividades programadas con horario tienes que estar atento del inicio pues los horarios son a las «tal y tal». Lo único que he encontrado con cierta puntualidad son las Hiace que llevan a San Felipe. Sus horarios de recogida no se demoran mucho de lo pactado.
Esto no quita, de todas formas, que tengas un cierto nivel de superioridad por un nivel adquisitivo mayor. Lo que hace que tú disfrutes de ciertas cosas que para muchos de ellos son inalcanzables, pero esa superioridad intentas compartirla y, sobre todo, no exhibirla. Intentas hacer lo que ellos hacen y en los lugares que ellos lo hacen.
Esperemos que para el segundo aniversario del año cero siga disfrutando y esté más integrado todavía.
P.D. Lo del año cero es porque realmente el 28 de junio de 2017, día que llegué a este país, supuso un punto y aparte, supuso realmente empezar de cero. He establecido dos cumpleaños a celebrar, el de mi nacimiento y el de la llegada a Cabo Verde. ¡¡¡El 28 de este mes tenemos fiesta!!!
Me encantan tus escritos… Espero ir algun día por Cabo Verde y conocerte personalmente.
Fumando como la mujer de la foto te dejo este comentario y me alegra mucho tu balance de este primer año, adaptación y comprobar que la decisión te hace feliz. La vida es sencilla y las personas que practican ésta sencillez son maestras. A mayor sencillez mayor felicidad.
Es delicioso leerte. Muchos besos hermano. Te quiero
Me ha gustado mucho tu balance y tu reflexión . Y me alegra mucho que sea así . Gracias por recordarnos tanto de una sola vez .
Nada como vivir el momento presente .
Un abrazo
Me ha encantado esta entrada Rafa. Los paraísos no existen, pero es cierto que hay lugares donde puedes mirar con ojos nuevos y descubrir que mucho de lo que ves fuera ya lo llevabas tú dentro, pero quizá el ritmo de vida de aquí, las necesidades absurdas y las exigencias de una sociedad complicada a veces no permiten ver.
¡FELIZ primer aniversario caboverdiano! seguro que la fiesta va a ser grande y compartida. Un beso grande hermano.
Alegra mucho leerte y comprender como en pocos meses te has ido amoldando al estilo de vida de tu nuevo hogar.
Si todos nos enfocáramos en ser más sobrios con nuestra «necesidades» (tendrá algo que ver con necios?), probablemente tendríamos una mejor calidad de vida, pienso que los «modernos» occidentales debemos aprender de ellos. Su felicidad reside en la sencillez, así de simple.
Muchas gracias por compartir tus impresiones con nosotros.